
A lo lejos, los dos batientes de una ventana se abrieron hacia afuera en lo alto. Los brazos de un hombre, muy delgado y débil a aquella altura y a aquella distancia, se lanzaron bruscamente hacia delante. ¿Quién era? ¿Un hombre bueno? ¿Era uno? ¿Eran todos? ¿Alguien que tomaba parte en su desdicha? ¿Dónde estaban los jueces a los que nunca había visto? ¿Dónde estaban los tribunales ante los que nunca había comparecido? La lógica, al parecer inquebrantable, no resiste a un hombre que quiere vivir. "Como un perro", dijo. Y era como si la vergüenza debiera sobrevivirle (Final, citado de memoria, de El proceso de Kafka). |